Pero no sé si soy capaz de hacerlo. Porque me he creído esta estupidez de quererte en las sombras y he terminado convenciéndome de que a veces hay que nadar en contra de la corriente y eso no significa perder el tiempo. Perder el tiempo sería mantenerme aferrado a la mentira de que te he olvidado. Perder el tiempo sería afirmar hipócritamente que he logrado remover el aroma de tu sexo de mis manos y que ya no me muero por pararme delante tuyo y decirte te quiero, y mirar como tu cara se desfigura, como el silencio se apodera del mundo, como me mirás tratando de recordar en qué momento fallaron la cerradura y todas las precauciones que tomaste, como das un paso hacia atrás, perpleja, agobiada, tratando de alejarte de un precipicio que te vino a buscar, a vos, la reina de la montaña, la augusta soberana del olvido; y el siguiente paso es hacia adelante compensando el anterior, llevándote al lugar donde estabas, cerca del borde, a punto de caer, y ahí, sin poder luchar un segundo más, se rompe el candado y saltan las bisagras y la toalla cae al piso y lo que sigue es una caída libre, un torrente que arrastra el orgullo y las vergüenzas y los miedos y las mierdas que nos cubren cuando tratamos de negar que nos morimos de ganas de querernos aunque sea un rato, hasta que la muerte o la vida nos separe y nos digamos otra vez adiós, o sin querer se nos escape al oído “quedate conmigo un rato más”.¿Alguna vez lo pensaste? Yo lo he pensado una y mil veces, y en algunas ocasiones hasta tomé un abrigo y salí. Pero me volví y me senté en este mismo lugar y me justifiqué cobardemente alegando que era mejor acariciarte desde estas hojas mirando por la ventana esperando a que ese faro desprendiera en algún momento un destello aunque sea tímido. Pero eso nunca sucedió. Y ahora creo que escribirte ha sido solo un excusa para no saltar yo al precipicio, para tratar de salvar algo que ya no puede ser salvado, que se ha muerto de frío en alguna calle oscura, delante de una puerta con un candado que tiene mi nombre grabado. Pero, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme, ¿qué harías vos si yo fuera capaz, si abandonara esta silla y dejara esta carta inconclusa ya mismo"
30 de junio de 2014
Pero no sé si soy capaz de hacerlo. Porque me he creído esta estupidez de quererte en las sombras y he terminado convenciéndome de que a veces hay que nadar en contra de la corriente y eso no significa perder el tiempo. Perder el tiempo sería mantenerme aferrado a la mentira de que te he olvidado. Perder el tiempo sería afirmar hipócritamente que he logrado remover el aroma de tu sexo de mis manos y que ya no me muero por pararme delante tuyo y decirte te quiero, y mirar como tu cara se desfigura, como el silencio se apodera del mundo, como me mirás tratando de recordar en qué momento fallaron la cerradura y todas las precauciones que tomaste, como das un paso hacia atrás, perpleja, agobiada, tratando de alejarte de un precipicio que te vino a buscar, a vos, la reina de la montaña, la augusta soberana del olvido; y el siguiente paso es hacia adelante compensando el anterior, llevándote al lugar donde estabas, cerca del borde, a punto de caer, y ahí, sin poder luchar un segundo más, se rompe el candado y saltan las bisagras y la toalla cae al piso y lo que sigue es una caída libre, un torrente que arrastra el orgullo y las vergüenzas y los miedos y las mierdas que nos cubren cuando tratamos de negar que nos morimos de ganas de querernos aunque sea un rato, hasta que la muerte o la vida nos separe y nos digamos otra vez adiós, o sin querer se nos escape al oído “quedate conmigo un rato más”.¿Alguna vez lo pensaste? Yo lo he pensado una y mil veces, y en algunas ocasiones hasta tomé un abrigo y salí. Pero me volví y me senté en este mismo lugar y me justifiqué cobardemente alegando que era mejor acariciarte desde estas hojas mirando por la ventana esperando a que ese faro desprendiera en algún momento un destello aunque sea tímido. Pero eso nunca sucedió. Y ahora creo que escribirte ha sido solo un excusa para no saltar yo al precipicio, para tratar de salvar algo que ya no puede ser salvado, que se ha muerto de frío en alguna calle oscura, delante de una puerta con un candado que tiene mi nombre grabado. Pero, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme, ¿qué harías vos si yo fuera capaz, si abandonara esta silla y dejara esta carta inconclusa ya mismo"